El desgarrador testimonio de Isabella, mamá de una joven que concurre a un establecimiento secundario de Jesús María, que esta semana fue noticia por la difusión de un video que mostraba a dos chicas peleando detrás del establecimiento. Una tenía el uniforme de la institución. Pidió más seguridad y alertó a las autoridades y a los padres.

Por Nicolás Luque
El video de 42 segundos, que Noticias Jesús María, por decisión editorial no difundirá, muestra, tal vez, la imagen más triste de lo que ocurre entre nuestros adolescentes, que también son capaces de cosas increíbles cuando su energía está enfocada de otra manera.
En ese pequeño clip, se muestra a dos chicas tomándose a golpes hasta caer al piso y una gran cantidad de jóvenes, en su mayoría alumnos de un colegio secundario de Jesús María, celebrando y alentando como si se tratara de un ring dispuesto en medio de la plaza. Era como si estuviesen viendo un video de tik tok en vivo y en directo, sin la mínima sensibilidad.
Risas, saltos, una especie de danza que rememora imágenes tribales lejanas en tiempo y evolución, que incluyó hasta una especie de batucada que se escucha de fondo. Parecían disfrutar con esa crueldad que estaba sucediendo ante sus ojos.
Finalmente, un grupo de niñas decidió intervenir y separar a quienes estaban trabadas en lucha.
El video se viralizó rápidamente en grupos de Facebook y hasta un medio de comunicación lo subió en sus plataformas digitales.
El clamor de una madre
Este viernes, antes de comenzar nuestro programa radial, “La Vuelta a Casa”, se contactó con nosotros Isabella, que es mamá de una alumna del establecimiento –no de quienes participaron de la pelea- y lamentó lo ocurrido, pero afirmó que no es el único caso. En los últimos meses ya se han dado varias situaciones similares, tanto dentro, como fuera del edificio escolar.
“Es lamentable ver cómo todos los días salen agrediéndose chicos tanto en la placita como dentro de la escuela, en el mismo frente”, afirmó ante los micrófonos de nuestra radio.
Sostuvo que “no hay ninguna seguridad” y que los alumnos salen “alocados” a la calle, sin la supervisión de ningún referente del Colegio.
A esto se suma que muchos tienen acceso, incluso en horario de clase, a la plaza que está detrás del edificio, donde ocurrió la pelea que se viralizó, ya que la tapia perimetral tiene un enorme boquete.
“Es muy triste ver que, con 12 años, hasta Séptimo Año, ejerzan tanto la violencia, es lamentable ver cómo graban, alientan, en lugar de ver cómo buscar la solución, ellos empiezan a aplaudir; esta generación está muy mal”, opinó.
Isabella consideró que los directivos de la institución deben tomar medidas más efectivas para controlar y evitar que estos episodios sean recurrentes.
En ese sentido, también llamó la atención a los padres y a las familias de los alumnos: “A veces pensamos que es una simple pelea y que al otro día los chicos van a estar bien, pero en esa simple pelea, si vemos con la agresión que se tratan, se podrían haber matado, qué tenemos que esperar, ¿que haya un muerto?”.
“Hoy lo que ellos ven como una diversión puede ser una tragedia total”, finalizó.
Llamado a la reflexión
El testimonio de esta mamá nos debe llamar, al menos, a la reflexión sobre lo que está ocurriendo con nuestros adolescentes, que tal vez confunden la realidad con la fantasía que hay detrás de un scroll en sus celulares.
Una escena de pelea entre dos personas en plena vía pública no debería ser motivo de celebración, o simplemente la oportunidad para grabar un video que luego tendrá seguramente muchos clicks en las redes sociales.
De esta manera estamos traspolando a la realidad virtual como un hecho gracioso, un episodio violento que puede tener consecuencias gravísimas para cada una de las personas que participan.
- No sólo por las secuelas físicas que podría causar una pelea enceguecida, sino también las emocionales y psicológicas, que pueden ser incluso más profundas y perdurables que las otras.
Las peleas callejeras entre adolescentes no son nuevas, pero la difusión casi sin tiempo para la asimilación, es algo que requiere, al menos, un análisis más profundo que compete tanto a docentes como a las familias.
Es como si hubiese algún grado de incomprensión en cuanto a las consecuencias que pueden tener nuestros actos.